domingo, 23 de octubre de 2011

Cuando la realidad supera a la ficción: el Caso Maud Allan

La siguiente historia tiene por protagonistas a un polímata homófobo, una actriz y bailarina exótica sobre la que recaían sospechas de espionaje, y el recuerdo de un genio muerto casi veinte años antes. Por si esto fuera poco, tiene por telón de fondo la Gran Guerra, y, si esto aún no es estímulo suficiente, el hombre muerto, verdadero protagonista de esta historia, es ni más ni menos que Oscar Wilde.

Noel Pemberton Billing (1881 – 1948), el “malo” de nuestra historia (si es que ha de haber buenos y malos, y dependiendo también del punto de vista; en mi caso, me temo que soy absolutamente parcial), fue aviador, maquinista de tren, policía, escritor, editor, campeón de boxeo (lo cual no deja de recordar al Marqués de Queensberry, padre de Lord Alfred Douglas, quien da nombre al reglamento actual), inventor y empresario. Posiblemente sea más conocido como el fundador y propietario de Supermarine, la compañía que produjo las conocidas avionetas Spitfire que tantos problemas darían a Hitler en la II GM. Fue también miembro independiente del Parlamento, siendo conocido por sus inclinaciones hacia la extrema derecha y por su enorme interés en potenciar el ejército aéreo. Durante la Primera Guerra Mundial, que es el período que nos ocupa, se hizo célebre también por sus homofóbicas teorías conspiratorias, como veremos más adelante.

La “heroína” de este relato, si es que podemos considerarla así, fue Beulah Maude Durrant, conocida más tarde como Maud Allan (1873? –1956). Estadounidense nacida en Ontario, en 1895 marchó a Berlín para estudiar piano en la Hochschule für Musik. Se vio llevada a cambiar su nombre para evitar ser relacionada con el escándalo que hubo en torno a su hermano Theodore, que fue ahorcado en 1898 por el asesinato y aparente violación de dos jóvenes en San Francisco. Este hecho, que conmocionó a Maud, la empujó también a abandonar el piano y comenzar a explorar otras vías artísticas. Fue así como se convirtió en bailarina, actriz, coreógrafa, además de adentrarse en el mundo de la ilustración, el diseño, la fotografía y la escultura.

En 1903 debutó con gran éxito en Viena con un espectáculo de danza llamado "La Visión de Salomé" (‘The Vision of Salome’), basado de forma bastante libre en la Salomé de Oscar Wilde. Aunque su formación como bailarina era limitada, tenía una gran creatividad, y se hizo famosa y a la vez infame por su versión de la Danza de los Siete Velos. En los años subsiguientes bailó en Berlín, Budapest, Praga y París. Finalmente, en 1908 se presentó en Inglaterra, llegando a hacer 250 actuaciones en menos de un año. En Inglaterra se ganó la admiración de miembros de la Realeza, del Primer Ministro Asquith y su esposa Margot –con quienes trabó estrecha amistad–, así como de gente de la alta sociedad e intelectuales. A título de curiosidad, cabe mencionar entre sus seguidores a Aleister Crowley, aunque no venga al caso. En cambio, sí es relevante su contacto, ya entonces, con Robert Ross, amigo y albacea de Oscar Wilde.

Tras años de éxito, Maud se embarcó en una gira mundial. En 1916 volvería a Inglaterra, con la esperanza de relanzar su carrera, que comenzaba a declinar. Dejando parcialmente de lado la danza, decidió lanzarse a interpretar el personaje cuya danza había venido encarnando. Así, en 1918 Robert Ross organizó dos actuaciones privadas de Salomé. La interpretación en público era inviable, dado que de la obra seguía censurada por el Lord Chambelán, quien había negado la licencia a Wilde bajo el pretexto de que se trataba de un tema bíblico –por este veto la obra no pudo ser estrenada en Inglaterra en vida del autor–.


Sin embargo, el 16 de febrero, pocos días antes de su debut en Inglaterra, fue publicada en el Vigilante (llamado así también en inglés) una nota enmarcada y con llamativo encabezado:

The Cult of the Clitoris

To be a member of Maud Allan’s private performance in Oscar Wilde’s Salome one has to apply to a Miss Valetta of 9 Duke Street, Adelphi, WC. If Scotland Yard were to seize the list of these members I have no doubt they would secure the names of several thousand of the first 47,000.


“Los 47.000” hace alusión a cierta “lista negra” que requiere una explicación. En aquel tiempo, Gran Bretaña se encontraba inmersa en el enfrentamiento del frente occidental, en pleno Kaiserschlacht (la última gran ofensiva del ejército alemán, en la Primera Guerra Mundial). Las cifras de muertos eran horriblemente elevadas, y no se veía fin al enfrentamiento. En este clima, muchos fueron los que opinaron que la fuerza de Gran Bretaña estaba siendo mermada por traidores. Entre los que pensaban así estaba Billing, quien creía firmemente que la homosexualidad estaba extendiéndose y mancillando la sociedad inglesa, y que ello estaba relacionado con el espionaje por parte de los alemanes en el contexto de la Gran Guerra. Había fundado un periódico, el Imperialist, en el cual escribió un artículo, fechado el 27 de enero, basándose en la información proporcionada por Harold Sherwood Spencer, según la cual los alemanes estaban chantajeando a “47.000 pervertidos británicos muy bien posicionados” (‘47,000 highly placed British perverts’) para “propagar los males que todo hombre decente pensaría extintos en Sodoma y Lesbos” (‘…propagate evils which all decent men thought had perished in Sodom and Lesbia [sic]). Tales nombres se suponían inscritos en el llamado “Libro Negro de Berlín”, en posesión del Mbret de Albania, Vidit I (Wilhelm Friedrich Heinrich de Wied, quien durante un breve período sería soberano de Albania, antes de que ésta se convirtiera en República en enero de 1925). Tal libro, supuestamente, revelaba el plan alemán de exterminar la hombría de Gran Bretaña llevando a sus hombres a cometer actos homosexuales. De acuerdo con Billing, “incluso el que holgazaneara en las calles no estaba seguro. Había meretrices, agentes del Kaiser, apostadas en lugares como Marble Arch y Hyde Park Corner. En este libro negro del pecado se daban detalles de la antinatural desfloración de niños . . . se enredaban mujeres casadas en posiciones polémicas. En un éxtasis lésbico, los secretos de estado más sagrados se fueron amenazados” (‘Even to loiter in the streets was not immune. Meretricious agents of the Kaiser were stationed at such places as Marble Arch and Hyde Park Corner. In this black book of sin details were given of the unnatural defloration of children . . . wives of men in supreme positions were entangled. In Lesbian ecstasy the most sacred secrets of the state were threatened.’).

Fue poco después, en 1918, cuando renombró su periódico, que pasó a ser el Vigilante, y publicó el artículo referido anteriormente. Ahora se entenderá que dicho artículo implicaba que nuestra actriz, Maud Allan, era una lesbiana relacionada con los conspiradores alemanes. Ella, lejos de ignorar el asunto, denunció a Billing por libelo, basándose en dos acusaciones: la primera, que Billing había publicado un artículo difamatorio contra ella y J.T. Grein, su empresario; la segunda, la obscena redacción del mencionado artículo. El caso levantó una tremenda expectación.

Billing, que se representó a sí mismo, contó entre sus testigos con Harold Spencer, quien había recibido una excedencia del Ejército Británico por una “enfermedad mental ilusoria” (‘delusional insanity’), y Miss Villiers-Stuart, al parecer su propia amante, quien aseveró haber leído el Libro Negro, y junto con Billing montó un gran revuelo en su declaración. Transcribo la traducción de Pérez de Ayala de uno de los fragmentos del proceso, que no tiene desperdicio:
El juez.– ¿Puede usted dar su palabra?
V. S.– Sí. Era un libro grande, negro, impreso en Alemania.
Interviene Billing, con preguntas que el juez Darling considera ociosas. El juez alude a las reglas del procedimiento. Billing comienza a exasperarse.
B.– No sé nada de reglas ni de ley. He venido aquí, en justicia, a probar una cosa, y la he de probar.
El juez.– Pero pruébela usted observando las reglas.
Billing [colérico, dando un puñetazo y con voz aguda, pregunta a la testigo].– ¿Está en la lista de personajes viciosos y sospechosos el nombre del juez Darling?
La testigo.– Sí.
Tumulto. Billing grita:
– ¡Está en la lista el de la señora Asquith?
La testigo.– Sí.
B.– ¿El de Asquith? ¿El de lord Haldane?
La testigo.– Sí, sí.”

Además de al mismo juez que presidía el juicio, Billing atacó públicamente al Primer Ministro, Herbert H. Asquith, y a su esposa, de quien insinuó que había sido sorprendida ejerciendo poco menos que de meretriz. Lord Haldane, a quien se hace mención, es Richard Burdon Haldane, Primer Vizconde de Haldane, quien ejerció como Secretario de Estado Británico para la Guerra (ministro de Defensa) entre 1905 y 1912, y Lord Canciller entre 1912 y 1915, puesto del que se vio obligado a dimitir precisamente por supuestas simpatías hacia los alemanes, que nunca se demostraron. Huelga decir que tanto Asquith como Haldane pertenecían al Partido Liberal, el extremo opuesto a Billing. Más tarde arremetió también contra allegados de Robert Ross, quien protegió como mentor a numerosos poetas y escritores homosexuales.

Pese a este numerito, Allan llevaba las de perder desde un principio. Por un lado, como hemos dicho, la prohibición del Lord Chambelán de representar temas bíblicos seguía vigente, con lo cual la interpretación de Salomé, aun en privado, era un punto en su contra; y por otro, el crimen cometido años atrás por su hermano fue también usado contra ella: Billing se remontó a esos hechos para sugerir que en la familia de Allan había alguna enfermedad mental hereditaria que inclinaba a sus miembros hacia la perversión sexual. Un tercer argumento en contra de Allan fue que, según Billing, “clítoris” es un término que pocos fuera de la profesión médica entenderían, y que la propia Allan conocía debido a su propia degeneración moral.

Billing atacó asimismo la Salomé de Wilde, que describió como una pieza escrita por un pervertido moral, consistente en una representación explícita de lujuria degenerada, crimen sexual y pasiones antinaturales. Al final, gran parte del juicio fue protagonizada por Wilde, y se dio capital importancia a la interpretación de su obra: absolver a Billing, tal y como fue sentido entonces, significaría que el pueblo inglés repudiaba la obra de Oscar Wilde, mientras que, por el contrario, condenarlo supondría un desagravio póstumo al escritor.

En un caso como éste, cómo no, no podía dejar de aparecer Lord Alfred Douglas, el amante que llevó a la perdición a Oscar Wilde, y que, desde el mismo juicio que enfrentó a su padre con Wilde y que propició la caída del artista, alternativamente se erigió en defensa de Wilde, asegurando ser la única persona que lo había amado y que sufriría por él lo que fuese necesario (todo ello desde la comodidad del exilio, pues Wilde no quiso que Douglas corriera su misma suerte), como renegó de él y lo vituperó salvajemente. En este caso, Douglas tenía un especial interés, dado que junto con la reputación de Maud Allan estaba en juego la de Robert Ross, a quien envidiaba y odiaba profundamente.

Transcribo alguna de las muestras de la fidelidad de Douglas (la acotación en cursiva, así en el original, es de Pérez de Ayala):

Douglas.– Autor, poeta, director de la Academia desde 1907 a 1910, he hecho un estudio escrupuloso de la obra de Oscar Wilde, al cual conocí íntimamente desde 1892 hasta su muerte. La reputación que alcanzó Oscar Wilde como crítico, autor o poeta, me parece muy exagerada. No tiene la mitad del talento que se le ha concedido. Habilidad técnica, eso sí. No se servía de las palabras a la ligera, y decía lo que quería decir. Cuando parece decir una cosa, es con toda intención. Los símbolos de Salomé son explícitos y no requieren comentarios. Este drama, construido en inglés y traducido, con la ayuda de algunos escritores franceses, en época en que Wilde no dominaba bastante esta lengua, fue luego nuevamente escrito en inglés por mí, bajo su dirección. De suerte que poseo especialísimo conocimiento de sus ideas íntimas.
B.– ¿Cuáles son esas ideas, tales como él se las hubo de expresar a usted?
D.– Quería hacer la historia de una perversión sexual. Y aun hay más: un pasaje sodomítico, concebido con intención sodomítica.
B.– ¿Se lo dijo así él mismo?
D.– Me lo dijo sin emplear, es verdad, la palabra sodomítico, porque tenía la costumbre de enmascarar sus abominaciones bajo un lenguaje florido. Ejerció la más diabólica influencia sobre cuantos se le aproximaron. Fue la más poderosa fuerza del mal en Europa, desde hace trescientos cincuenta años. [La exactitud de esta cifra, tres siglos y medio justos, ni año más ni año menos, no deja de sorprendernos].
B.– ¿Habla usted solamente de homosexualidad?
D.– No. Wilde era agente del demonio de todas las maneras imaginables. Su único objeto en la vida era atacar la virtud, denigrarla o presentarla ridícula.
B.– ¿Qué edad tenía usted cuando le conoció?
D.– De veintiuno a veintidós años.
B.– ¿Lamenta usted haberle conocido?
D.– Lo lamento amargamente.
B.– ¿Considera usted Salomé como una obra clásica?
D.– No. Se ha hecho clásica a causa de los elogios insensatos de los críticos y de la notoriedad exagerada.
B.– ¿Piensa usted que debe ser conservada por la nación?
D.– Ciertamente que no. Wilde jamás escribió sin intención nociva y sentimiento pervertido.

[…]

B.– ¿Deplora usted haber colaborado en Salomé?
D.–Lo deploro profundamente. Es una obra abominable. Las personas normales sienten hacia ella honda repugnancia; los corrompidos, se deleitan; pero todo ser moralmente indeciso, es una víctima segura.”

Douglas, encantador como siempre. Aparte de esto y una serie de despropósitos más, afirmó que Wilde había encontrado la inspiración para escribir Salomé en el Psychopathia Sexualis, un libro acerca de perversiones sexuales del psiquiatra alemán Richard von Krafft-Ebing, publicado en 1886. Más tarde, y para no faltar a la costumbre, molestó tanto con sus desvaríos que el juez lo expulsó de la sala.

Billing concluyó su disertación insistiendo en la relación entre Salomé, el “Libro Negro” y la incapacidad de Gran Bretaña para ganar la guerra. Tras una serie de largas y confusas instrucciones por parte del juez, el jurado, al más puro estilo estadounidense, dio la razón a Billing, convencidos de que estaban inclinándose correctamente en una causa entre el Bien y el Mal. El Estado presentó cargos de obscenidad contra Allan por la forma en que ejecutaba su papel como Salomé, y fue acusada de practicar ella misma varios de los actos sexuales que se describen (o se suponen implícitos) en la obra de Wilde, incluyendo entre ellos la necrofilia.

La victoria de Billing supuso para él una favorable publicidad, que propició que fuese reelegido para el Parlamento en las siguientes elecciones. En cuanto a Maud Allan, aunque su carrera no quedó truncada, jamás volvió a degustar el éxito que había conocido en el pasado. Compartió su vida con su secretaria y amante, Verna Aldrich, y murió en 1956 en Los Ángeles. Robert Ross murió a finales de ese mismo año, cuando se disponía a viajar a Melbourne para inaugurar una exposición de la National Gallery. Douglas, como toda mala hierba, aún viviría muchos años, durante los cuales, al igual que su padre, se vio envuelto en multitud de juicios. Entre ellos, posiblemente el más llamativo sea el caso que tuvo en 1923 con Winston Churchill por difamación, y que costó a Douglas seis meses en la cárcel.



La escena de la danza de Salomé, en la película de 1923 con Alla Nazimova.

HOARE, Philip, Wilde's Last Stand: Decadence, Conspiracy & The First World War. Londres: Duckworth, 1997.
McLAREN, Angus, "'The Cult of the Clitoris': Sexual Panics and the First World War", en su Twentieth-Century Sexuality: a History. Oxford: Blackwell, 1999 (lo podéis consultar en Google Books).
MEDD, Jodie, "'The Cult of the Clitoris': Anatomy of a National Scandal," Modernism/Modernity 9, no. 1, 2002, 21–49.
PÉREZ DE AYALA, Ramón, “Proceso póstumo”, en Las máscaras, II, incluido en el vol. V de sus Obras completas. Madrid: Fundación José Antonio de Castro, 2003.



2 comentarios:

Findûriel dijo...

Como bien dijiste, mancantau. Maldito Bosie de los huevos... Sigue escribiendo, prenda, que todo lo que cuentas es altamente interesante ^_^

Lorena García dijo...

Como siempre, ¡menudo artículo! :D

Es muy curioso como en un juicio "cualquiera", sin comerlo ni beberlo, acaba cuestionándose la reputación de Wilde entre los ingleses.

Y el payaso de siempre... menudas perlas soltó. Cuanto más lo conozco más repugnante me parece.